• UCDM... La salvación es lo único que cura.

    La palabra "cura” no puede aplicársele a ningún remedio que el mundo considere beneficioso.  
    Lo que el mundo percibe como un remedio terapéutico es sólo aquello que hace que el cuerpo se sienta "mejor".  
    Mas cuando trata de curar a la mente, no la considera como algo separado del cuerpo, en el que cree que ella existe.  
    Sus medios de curación,  por   lo  tanto,  no pueden sino sustituir  una  ilusión por  otra.  
    Una creencia en la enfermedad adopta otra forma, y de esta manera el paciente se percibe ahora sano. Mas no se ha curado.  
    Simplemente soñó que estaba enfermo y en el  sueño encontró una  fórmula 
    mágica para restablecerse. 
    Sin embargo, no ha despertado del sueño, de modo que su mente continúa en 
    el  mismo estado que antes.  No ha visto  la  luz que  lo podría despertar  y poner   fin a su sueño.  
    ¿Qué importancia tiene en realidad el contenido de un sueño? Pues o bien uno está dormido o bien despierto. En esto no hay términos medios.
    Los dulces sueños que el  Espíritu Santo ofrece son diferentes de  los del  mundo,  donde  lo único que uno puede hacer es soñar que está despierto. Los sueños que el perdón le permite percibir a la mente no inducen a otra forma de sueño, a fin de que el soñador pueda soñar otro sueño.  
    Sus sueños felices son los heraldos de que la verdad ha alboreado en su mente. 
    Te conducen del sueño a un dulce despertar, de modo que todos los sueños desaparecen. 
    Y así, sanan para toda la eternidad. La Expiación cura absolutamente, y cura toda clase de enfermedad. 
    Pues la mente que entiende que la enfermedad no es más que un sueño no se deja engañar por ninguna de las formas que el sueño pueda  adoptar. Donde no hay culpabilidad no puede haber  enfermedad,  pues ésta no es sino otra  forma de culpabilidad. La Expiación no cura al  enfermo,  pues eso no es curación.  
    Pero sí elimina la culpabilidad que   hacía   posible   la   enfermedad.  Y   eso   es   ciertamente   curación.  
    Pues   ahora   la   enfermedad   ha desaparecido y no queda nada a lo que pueda regresar.
     ¡Que la paz sea contigo que has sido curado en Dios y no en sueños vanos! 
    Pues la curación tiene que proceder de la santidad, y la santidad no puede encontrarse allí donde se concede valor al pecado.  Dios mora en  templos santos.  Allí  donde ha entrado el  pecado se  le obstruye el paso.  
    No obstante,  no hay ningún lugar en el que Él no esté. Por lo tanto, el pecado no tiene un hogar donde poder ocultarse, de Su beneficencia. No hay lugar del que la santidad esté ausente, ni ninguno donde el pecado y la enfermedad  puedan morar. Éste es el pensamiento que cura. No hace distinciones entre una irrealidad y otra. Tampoco trata de curar lo que no está enfermo, al ser consciente únicamente de dónde hay necesidad de curación. Esto no es magia. Es simplemente un  llamamiento a  la verdad,   la cual  no puede dejar  de curar,  y curar  para  siempre. No es un pensamiento que juzgue una ilusión por su tamaño, su aparente seriedad o por nada  que esté relacionado con la forma en que se manifiesta.  
    Sencillamente se concentra en lo que es, y sabe que ninguna ilusión puede ser real..  No  tratemos hoy de curar   lo que no puede enfermar. La curación se  tiene que buscar allí  donde se encuentra, y entonces aplicarse a lo que está enfermo para que se pueda curar.  Ninguno de los remedios que el mundo suministra puede producir cambio alguno en nada. La mente que lleva sus ilusiones ante la verdad cambia realmente. No hay otro cambio que éste.  Pues,  ¿cómo puede una  ilusión diferir  de otra sino en atributos que no tienen sustancia, realidad, núcleo, ni nada que sea verdaderamente diferente?  Lo que hoy nos proponemos es  tratar de cambiar  de mentalidad con respecto a  lo que constituye  la 
    fuente de  la enfermedad,  pues  lo que buscamos es una cura para  todas  las  ilusiones,  y no meramente alternar entre una y otra.  Hoy vamos a tratar de encontrar la fuente de la curación, la cual se encuentra en nuestras mentes porque nuestro Padre  la ubicó ahí  para nosotros.  Está  tan cerca de nosotros como nosotros mismos.  Está  tan cerca de nosotros como nuestros propios pensamientos,   tan próxima que es imposible que se pueda extraviar. Sólo necesitamos buscarla y la hallaremos.
     Hoy no nos dejaremos engañar por lo que a nosotros nos parece que está enfermo. Hoy iremos más allá de  las apariencias hasta  llegar  a  la  fuente de  la curación,  de  la que nada está exento.  
    Tendremos éxito en la medida en que nos demos cuenta de que jamás se puede hacer una distinción válida entre lo que es falso y  lo que es igualmente falso.  En esto no hay grados ni ninguna creencia de que lo que no existe puede ser más cierto en algunas de sus formas que en otras.  Todas las ilusiones son falsas, y se pueden sanar precisamente porque no son verdad.  Así   pues,   dejamos   a   un   lado   nuestros   amuletos, nuestros   talismanes   y  medicamentos,   así   como nuestras   encantaciones   y   trucos  mágicos   de   la   clase   que   sean.  Sencillamente   permaneceremos   en perfecta quietud a la escucha de la Voz de la curación, la cual curará todos los males como si de uno solo  se   tratase   y   restaurará   la   cordura   del   Hijo   de   Dios. Ésta   es   la   única   Voz   que   puede   curar.  Hoy escucharemos una sola Voz, la cual nos habla de la verdad en la que toda ilusión acaba, y la paz retorna a la eterna y serena morada de Dios.  Nos despertamos oyéndolo a Él, y le permitimos que nos hable durante cinco minutos al comenzar el  día,  el  cual  concluiremos escuchando de nuevo durante cinco minutos antes de  irnos a dormir.  
    Nuestra única preparación consistirá en dejar a un lado los pensamientos que constituyen una interferencia, no por  separado, sino todos de una vez. Pues todos son lo mismo. No hace falta hacer distinciones entre ellos y demorar así el momento en que podamos oír a nuestro Padre hablarnos. Lo oímos ahora. 
    Hoy venimos a Él.. Sin nada en nuestras manos a lo que aferrarnos, y con el corazón exaltado y la mente atenta, oremos: La salvación es lo único que cura.Háblanos, Padre, para que nos podamos curar.
    Y sentiremos  la salvación cubrirnos con amorosa protección y con paz tan profunda que ninguna ilusión podría perturbar  nuestras mentes,  ni  ofrecernos pruebas de que es  real.  Esto es  lo que aprenderemos hoy.  Repetiremos cada hora nuestra plegaria de curación, y cuando el reloj marque la hora, dedicaremos  un minuto a oír la respuesta a nuestra plegaria, que se nos da según aguardamos felizmente en silencio.  
    Hoy es el día en que nos llega la curación. Hoy es el día en que a la separación le llega su fin y en el que recordamos Quién somos en verdad.

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