La frustración de una expectativa, en diversas ocasiones, te conduce al enojo. ¿No es cierto?
Ahora bien, si la frustración deriva de una expectativa que tenías para contigo, es probable que termines enojándote con esa persona que aparece cada vez que te miras en un espejo. Esa frustración por no estar a la altura de tus exigencias te hace sentir en falta y, muchas veces se traduce en culpa. Sí, culpa por no ser quien deberías ser.
“No soy el padre que tendría que ser”, “No soy el estudiante que tendría que ser”, “No soy tan bueno como debería ser”, “No soy organizado…, no soy, no soy, no soy”.
Quizá supongas que ahora viene un párrafo donde afirmo: “Seamos libres de la culpa, no vivas atado. Acéptate y sigue así”.
Lamento desilusionarte si esperabas eso. Te diré lo que creo y he observado en relación al enojo para con uno mismo que se traduce en culpa, a través de dos puntos:
Existe un sano enojo para con uno mismo. Es aquel que se produce luego de haberte entristecido en la confrontación con la realidad. No te gusta lo que has visto o aquello en lo que te has convertido. Dices “Basta”. En lugar de quedarte en la culpa, utilizas la energía que disparó ese enojo para movilizarte hacia el cambio. Es un “auto-enojo” que genera una movilización positiva. Viento a favor cuando pides a Dios que te dé la sabiduría y el coraje para transitar el proceso de cambio
Pero es paralizante y se agrava el asunto cuando al sentimiento de culpa se le suma el sentimiento de vergüenza para con uno mismo. La culpa patológica te etiqueta y sentencia como “caso perdido”. Cuando se combinan con rasgos de personalidad como el perfeccionismo (culpa por no cumplir con los propios ideales), o cuadros como la depresión (culpa por no tener fuerzas para hacer lo que uno debería hacer) o un trastorno obsesivo-compulsivo (culpa por pensamientos intrusivos impropios), el fenómeno se potencia. Desde este lugar, el “auto-enojo” es condenatorio.
“No soy el padre que tendría que ser”, “No soy el estudiante que tendría que ser”, “No soy tan bueno como debería ser”, “No soy organizado…, no soy, no soy, no soy”.
Quizá supongas que ahora viene un párrafo donde afirmo: “Seamos libres de la culpa, no vivas atado. Acéptate y sigue así”.
Lamento desilusionarte si esperabas eso. Te diré lo que creo y he observado en relación al enojo para con uno mismo que se traduce en culpa, a través de dos puntos:
Existe un sano enojo para con uno mismo. Es aquel que se produce luego de haberte entristecido en la confrontación con la realidad. No te gusta lo que has visto o aquello en lo que te has convertido. Dices “Basta”. En lugar de quedarte en la culpa, utilizas la energía que disparó ese enojo para movilizarte hacia el cambio. Es un “auto-enojo” que genera una movilización positiva. Viento a favor cuando pides a Dios que te dé la sabiduría y el coraje para transitar el proceso de cambio
Pero es paralizante y se agrava el asunto cuando al sentimiento de culpa se le suma el sentimiento de vergüenza para con uno mismo. La culpa patológica te etiqueta y sentencia como “caso perdido”. Cuando se combinan con rasgos de personalidad como el perfeccionismo (culpa por no cumplir con los propios ideales), o cuadros como la depresión (culpa por no tener fuerzas para hacer lo que uno debería hacer) o un trastorno obsesivo-compulsivo (culpa por pensamientos intrusivos impropios), el fenómeno se potencia. Desde este lugar, el “auto-enojo” es condenatorio.
¿Podremos encontrar el equilibrio entre los tres conceptos que vienen a continuación?
Aceptarse indiscriminadamente sin una actitud de sana y equilibrada autocrítica, es irresponsable.
Hacerse cargo de la propia vida y, por momentos, auto-enojarnos para tomar impulso hacia cambios positivos, es sanador para nosotros y para nuestro entorno.
Vivir en la dimensión permanente del auto-enojo sería despreciar la Gracia y el Favor de Dios para con nuestras vidas.
Aceptarse indiscriminadamente sin una actitud de sana y equilibrada autocrítica, es irresponsable.
Hacerse cargo de la propia vida y, por momentos, auto-enojarnos para tomar impulso hacia cambios positivos, es sanador para nosotros y para nuestro entorno.
Vivir en la dimensión permanente del auto-enojo sería despreciar la Gracia y el Favor de Dios para con nuestras vidas.
Corazones Sagrados, cierro con la famosa oración de la Serenidad: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para apreciar la diferencia”.
Flavia de Corazon a Corazon!!!
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